2 de septiembre de 2007

Ética, Tolerancia y Progreso

En el transcurso del último medio siglo, se ha visto el desarrollo de una aventura científica y humana, que algunos califican de inédita e inimaginable. Nuestra posición crítica y relativista -frente al fenómeno- entiende que esto se debe a una eclosión del pensamiento, que en su carácter imperial, avanza irremisiblemente en magnitud exponencial, de manera tal que ataca todas las prospectivas, modificando nuestros conceptos intelectuales, filosóficos y metafísicos.

La duda es esencial en la investigación y en la vida; la certeza se busca en el replanteo permanente de las dudas. Hubo épocas pretéritas, en que un espíritu lúcido tenía acceso al saber de su época; hoy nuestro acceso al saber es fragmentario, parcial y cargado de incógnitas; tanto que nos acerca a Sócrates en su duda existencial; así va menguando nuestra soberbia. Algo hemos aprendido; no obstante, podemos afirmar con convicción que la ignorancia tiene límites y que todo conocimiento es una liberación.

La ciencia moderna nos ha convencido de que nada de lo que parece obvio es cierto y que todo lo mágico, improbable, extraordinario, gigantesco, microscópico, despiadado y atroz, le pertenece al hombre, por ser cultural e histórico, es decir, pertenece al HUMANISMO.

El concepto de humanismo adquiere sentido dentro de determinado contexto histórico; fuera del mismo, es ambiguo y peligroso. Peligroso por las acciones colaterales que puede desencadenar, al bastardear su alcance y significado, y ambiguo, cuando se lo ubica en algún pasado idealizado que se supone -por ignorancia- libre de conflictos y contradicciones. No confundir realidad con aspiraciones de deseos.

Hace sesenta años se pretendió fundamentar un “nuevo humanismo”, elaborado por intelectuales de prestigio mundial; no había entre ellos ni latinoamericanos, ni africanos, ni asiáticos; vale decir, que estaba compuesto casi exclusivamente por europeos, que pretendían así asumir la representación de los intereses y aspiraciones del mundo todo, ignorando la existencia de la mayor parte del mundo y sus culturas. Este espíritu etnocéntrico -provinciano en el fondo- pese a su erudición, ignoraba la advertencia de aquel sagaz pensador del siglo XVIII, el fisiócrata Dupont de Nemours, cuando alertaba sobre los riesgos de confundir nuestro horizonte mental con los límites del universo.
En este manifiesto apenas se menciona a Freud, a Einstein y a Plank; se los reconoce al pasar, como los autores de “nuevas teorías físicas”.

Seguiremos analizando hechos -los grandes hechos- que precipitan las crisis y su permanente y cíclica superación, donde trataremos de desenredarnos de un humanismo sublimado y donde sin desconocer las vertientes tradicionales, incorporamos los elementos que han modificado sustancialmente las estructuras sociales, en todos sus aspectos; haciendo que debamos repensar el “puesto del hombre en el cosmos” de manera que el humanismo de esta época sea tal, que respetando las diferencias -el derecho a la diferencia- conforme una cosmovisión, orgánicamente articulada sobre una fuerte preocupación social.
Como decíamos al principio de este párrafo, no existe ni viejo ni nuevo humanismo, el humanismo es uno solo; con las características propias y las respuestas para cada contexto histórico; sus pilares antes, ahora y siempre, son la tolerancia y la ética.

Sectores seculares se han manifestado sumamente preocupados por temas tales como el aborto, la eutanasia, la manipulación genética y por lo que denominan “la locura autodestructiva del planeta tierra”; en su prédica sostienen que estos hechos configuran un atentado a la ley natural, tal como surge a la luz de la razón, que encuentra su fundamento en el evangelio y en la revelación.

Nos hacemos partícipes de la preocupación, admitiendo que nuestro irreflexivo culto al progreso y los avances mismos de nuestra lucha por dominar la naturaleza, se han convertido en una carrera suicida, que contrasta con los descubrimientos de los sabios, empeñados en descifrar los secretos de las galaxias y de las partículas atómicas, los enigmas de la biología molecular y los del origen de la vida. No participamos en cambio, en que ese camino nos conduce fatalmente a que el Apocalipsis deje de ser el sueño de un visionario para transformarse en sentencia inexorable. Fingen ignorar el libre albedrío y pretenden desvalorizar la epopeya humana y la hazaña cumplida por el hombre a lo largo del tiempo, y también fingen ignorar que en las leyendas, en que descansa su propia doctrina, leemos que “Dios ordenó a Noé embarcar a todos los animales, los buenos y los malos”, porque el patriarca tenía por misión restituir la vida en la tierra y Dios se prohibió a sí mismo destruir lo viviente, por ser esto por Él creado; de haberlo hecho, sería la negación de su propia obra.
No es cuestión de aceptar resignados el pesimismo apocalíptico, ni vivir la euforia nihilista de los desesperados; asumimos una posición de equilibrio porque la nuestra es la doctrina de la esperanza, y la esperanza está en el desarrollo social. Lo social y lo económico no son excluyentes, no son fenómenos distintos, sino aspectos de un mismo hecho, que es el aumento de la capacidad productiva de una sociedad; pero insistimos en el equilibrio y en el cuidado de que uno de los sectores no mengüe la capacidad de reacción del otro.

Empresas biotecnológicas sostienen centros de investigación y patentan procesos genéticos, que son comercialmente promisorios; esto provocó la reacción de tradicionales representantes religiosos. Por unanimidad católicos, evangélicos, ortodoxos, judíos, musulmanes y budistas declararon: “creemos que los seres humanos y los animales son creaciones de Dios y no del hombre, y como tales no deberían ser patentados como inventos humanos”.

No se trata aquí de un encontronazo entre religión y ciencia, sino que es un delicado asunto moral. Analicemos cómo los millones de dólares afectan el futuro de la industria biotecnológica y las instituciones de investigación que comercializan genes. Sin la protección de una patente, no habría drogas de avanzada, sería grotesco excluir a un organismo elaborado genéticamente, que depure los derrames de petróleo, o una sustancia desarrollada a partir de genes humanos que desbloquea las arterias en las víctimas de un infarto.


Pero ¿Cuáles son los límites morales de la ingeniería genética y quiénes los establecen, para evitar que los científicos respondiendo a otros sectores –económicos o de poder político-, alteren los embriones humanos para crear hombres programados con el argumento de la utilidad social?

Si el medio ambiente se salva, es porque los hombres le encuentran una razón económica. Las ganancias, el éxito empresarial y la protección del medio ambiente no se excluyen; actualmente se le quitó al cultivo ecológico su imagen de pasatiempo para ecofanáticos, para satisfacer las más altas exigencias de los consumidores.

Es necesario trabajar en pos de una conciencia ecológica; los pueblos que así lo entiendan, presionarán con su poder ciudadano a sus gobernantes y éstos a las empresas, para que incluyan en sus costos los perjuicios al medio ambiente, de lo contrario la comunidad toda afrontará las consecuencias de la imprevisión.

La quema desaforada de combustibles, acarrea hoy en día el problema ecológico más preocupante: el recalentamiento de la atmósfera terrestre, por exceso de dióxido de carbono, y el consecuente efecto invernadero.

Los combustibles fósiles en vías de agotarse, encuentran su reemplazo en la energía eólica, en la energía hidráulica, en la mareomotriz y en la fusión nuclear en frío, heredera de la fisión atómica, pese a su alucinante remisión a Hiroshima y Chernobyl.

Los bosques son necesarios para absorber el exceso del dióxido de carbono; los emprendimientos forestales destinados a la fabricación de papel serán reemplazados por papel de origen mineral, que es incombustible y reciclable; los detergentes sin fosfatos son una realidad.

Empresas auspician y desarrollan el cultivo en terrazas, con sofisticados sistemas de irrigación, semejantes a los destruidos por los conquistadores y que eran el reaseguro de la supervivencia de las poblaciones autóctonas que respetaban la naturaleza. Se trabaja en las aguas costeras de la Antártida en biología marina, relacionando a través de complejas tecnologías al océano, los hielos, la atmósfera, el fondo marino, la flora y la fauna, corrigiendo las anomalías del sistema climatológico que perjudican los ciclos reproductivos de las especies marinas.

La ecología, término utilizado por especialistas y por seudo defensores, interesados en desviar propósitos dignos en ocasiones –no siempre-, debe incorporarse al lenguaje cotidiano, como mandato con magnitud de precepto.

El derecho a la alimentación es un derecho en el que está en juego la vida o la muerte; cuando alguien no tiene posibilidades de comer, puede suceder que muera sin llamar la atención, o que emigre a las ciudades, incorporándose a lo que se ha dado en llamar “el problema social”, que a la postre estalla en actos violentos y rebeliones. Muchas veces, conflictos atribuidos a factores ideológicos o étnicos, tienen su transforndo en el flagelo del hambre.

Sin entrar en detalles estadísticos, sabemos que emprendimientos agrícolas, avícolas y ganaderos, sin la pretensión de incorporarse a la explotación engarzada en la línea de las economías de mercado, son positivas para la subsistencia digna de pequeñas comunidades; los alimentos para saciar el hambre, hoy por hoy no son un problema para la producción, sino apenas un problema de distribución.

Las grandes transformaciones en la civilización tuvieron como sustento grandes cambios en la capacidad productiva de la sociedad. La aparición de la agricultura da comienzo al progreso social y mental de la humanidad, con el establecimiento de la vida sedentaria y la sociedad urbana.

No fueron profetas iluminados los que determinaron los grandes cambios históricos del progreso social, sino los avances en las técnicas productivas; la revolución industrial es otro ejemplo.

La cruel verdad histórica es que sin progreso económico y métodos técnicos para crear riqueza, la sociedad, y toda pretensión de progreso social, están condenadas al fracaso.

Se ha entablado una carrera contra el tiempo, debiendo contar con el riesgo, derivado de eventuales tomas de decisión políticas, económicas y tecnológicas incorrectas. Los grandes desafíos están frente a nosotros, no podemos evitar el choque; confiemos en el sentido de conservación de la especie y en la potencial lucidez y creatividad de los esclarecidos, neutralizando todo pronóstico ominoso.

Con el paso de la aldea aristotélica a la aldea planetaria, debemos retomar la idea de los micro-mundos humanos –símbolo de la granada- dónde las personas no sean intercambiables; que no sean espectadoras de lo mismo, sino que vivan sus personales experiencias junto a sus afines, lejos de aquellos que quieren destruir al mundo, para volver a los “viejos tiempos”.

Sobre la base de la actual civilización, tenemos que alcanzar el renacimiento de la individualidad, debemos construir la nueva sociedad ética y tolerante en torno de las gentes, agrupadas en millones de micro-mundos.


Jorge P., M:.M:.

Orador Fiscal

R:.L:.Giordano Bruno Nro. 38

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