31 de marzo de 2007

Los Símbolos y la Masonería

Signos y Símbolos – Definiciones preliminares

Se llaman signos a los elementos físicos capaces de representar un objeto, idea o concepto distinto de sí mismo. Decimos así, que las nubes negras son signo de lluvia, o que una mueca es signo de dolor. Se llaman símbolos a los elementos creados artificialmente con la misma función. Así, una señal de tránsito, un muñequito en la puerta del baño, son símbolos, ya que su relación con aquello que indican se ha determinado más o menos arbitrariamente. Los signos pueden ser comprendidos por los seres humanos y los animales; los símbolos no.

Pero no debemos olvidar nunca que los símbolos, aunque manifiesten fielmente la idea que quieren expresar, no son esa idea, o mejor dicho, son la forma, la piel, que recubre la idea, el espíritu de la cosa representada. Por eso mismo ni los masones, ni nadie que se dedique al estudio de la Ciencia Simbólica, deben confundir el símbolo con lo simbolizado.

Los Símbolos, la Ciencia Simbólica y la Masonería

Si nos paramos a pensar detenidamente en nuestra actividad diaria, vemos que la presencia de los símbolos es muy abundante: En química, matemáticas, informática o simplemente en la regulación del tráfico, los símbolos nos indican asociaciones convencionales, aceptadas universalmente para el mejor ordenamiento de nuestra actividad.

También estamos familiarizados con el uso de palabras, gestos y objetos representando conceptos morales, afectivos, intelectuales o religiosos.

Vemos pues, que nuestra vida está llena de símbolos que ejercen una acción ordenadora de nuestra conducta, constituyendo una trama invisible conocida y aceptada por todos los miembros de una misma cultura que hace posible la comunicación, la relación social, el ejercicio de las profesiones y, más aún, los símbolos son el tejido del que está hecha la misma cultura de cada grupo, tanto los pequeños núcleos de población cómo los grandes movimientos culturales o religiosos. Es más, imaginemos por un momento qué sería de nuestra vida individual y grupal si desaparecieran los símbolos y nuestra memoria de ellos; sin signos, gestos, ni lenguaje. Seguramente podemos estar de acuerdo en que la resultante es sólo caos, en el que ninguna realización personal o grupal sería posible.

La mayoría de los símbolos a los que nos hemos referido son producidos, inventados, diseñados por el hombre.

Todo este entramado simbólico sería innecesario para alguno en una isla desierta, que podría acceder a la comprensión directa de todo su entorno sin necesidad de la intermediación de símbolos.

Pero el número de habitantes, la complejidad de la vida social y económica, la variedad y diversidad de todo tipo de cosas y opciones, han hecho necesario que, poco a poco, el tejido simbólico haya ido creciendo, salvando así la distancia que separa al “diseñador de los símbolos” y aquel al que van destinados. Y si un visitante viene por primera vez a nuestro grupo cultural, será necesario que se le instruya acerca del código simbólico imperante a fin de que pueda entender nuestra forma de vida y ser uno más entre nosotros.

Podemos destacar de lo anteriormente expuesto que el símbolo ejerce un poder ordenador de la vida, sin el cual estaríamos inmersos en el caos. Y que, en la medida en que el hombre ha ido incrementando la complejidad de su cultura, se ha visto impelido a ordenar sus nuevas construcciones culturales con más códigos simbólicos. Desde luego, este orden actual al que nos referimos, como ya hemos dicho, ha sido puesto arbitrariamente por el hombre.

Partiendo de este plano conocido y accesible, pensemos ahora en otro tipo de símbolos, aquellos que representan una realidad inaccesible a la observación directa y a la comprensión de la razón. Pensemos en lo que el hombre ha encontrado ya hecho en la naturaleza, en sí mismo, en el universo entero: el cielo con sus cuerpos celestes moviéndose sincronizadamente, la tierra y sus reinos y seres que la pueblan, los elementos de los que todo está hecho, las estaciones y los ciclos, el día y la noche, las formas que se repiten en todos los seres, los colores, olores y sabores, en las leyes de atracción y repulsión por las que se produce todo movimiento, la polaridad y su alternancia..., en fin, en el orden y las leyes en base a las cuales se sostiene lo que llamamos el mundo, el universo y nosotros mismos. Cada una de estas manifestaciones es un Símbolo. Estudiar los símbolos es el objeto de la Ciencia Simbólica.

La Ciencia Simbólica nos enseña que todos los seres de la creación son el cuerpo, la manifestación de una realidad oculta en ellos mismos, imperceptible por nuestros sentidos, y que pertenece a un orden superior. De la misma forma que una pintura es la materialización de la idea del artista, la cual se oculta en su interior y se manifiesta a través de la pintura misma, así las obras que nos presenta la naturaleza contienen y manifiestan la idea del Creador constituyéndose por ello en su símbolo.

Entonces, toda la creación puede ser comprendida como un código simbólico armónico, en el que todo está interrelacionado: el cielo, la tierra, los diferentes reinos y los seres que la habitan, lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, separado en reinos y planos pero coordinado por las mismas leyes, animado y sostenido por el mismo Espíritu.

Y en esta inmensa sinfonía, el Hombre aparece en el centro de la creación, reflejo directo del Creador; microcosmos, capaz de repetir el gesto creacional a través de sus manifestaciones culturales: el lenguaje, las letras y las palabras; los números; las artes en todas sus formas: pintura, escultura, arquitectura, música, danza, atuendos, ornamentos, tejidos; los oficios, las construcciones, los juegos, simbolizan ideas arquetípicas, que adquieren un carácter universal, como demuestra el hecho de que se hayan repetido en diferentes lugares y épocas.

Podemos decir que el símbolo es el cuerpo de una idea ordenadora. En la mente del Creador se diseñó la manifestación como un ingenio completo y armónico, que diera forma a las indefinidas posibilidades de expresión de sus propios atributos. Lo que vemos, y también lo que no vemos, pero está manifestado, es el cuerpo de esa idea creadora y cada una de las criaturas constituye la exteriorización de esas leyes, de esa intención ordenadora y expresiva.

El símbolo tiene una doble naturaleza: la de la materia de que está hecho, los cuatro elementos, y la de la Idea que expresa, siendo realmente ambas cosas materia e Idea. La Idea adquiere así una dimensión activa, que suma a la potencia organizadora la potencia ejecutora, es decir, la idea creadora es una Idea-Energía.

Por su doble naturaleza, partiendo de su parte material podemos acceder a ese plano superior del que el mismo símbolo participa, siendo conducidos por su mediación, como si de un vehículo se tratase, a la región de lo sobrenatural y suprahumano. Los símbolos, en primer lugar son percibidos por nuestros sentidos.

A partir de ahí, tenemos la posibilidad de penetrar a través de esa apariencia y recorrer el camino que nos llevará hasta planos más sutiles, más allá del espacio, del tiempo y del movimiento incesante de este plano donde nada perdura. Es decir, el símbolo puede conducirnos desde el mundo material hasta el espiritual. Es, pues, un vehículo de ida y vuelta, mediante el cual las energías sutiles descienden y nosotros podemos ascender, constituyendo el único medio conocido de realizar este viaje en el que el espíritu se materializa y la materia se espiritualiza.

La capacidad de diseñar y utilizar símbolos le ha sido dada al hombre desde el comienzo de los tiempos, o dicho de otra forma, la naturaleza del hombre es sensible al influjo de los símbolos y él mismo es capaz de elaborarlos. Para que la influencia de los símbolos pueda ejercerse en nosotros es necesario, primero que los reconozcamos como tales para después acercarnos a su estudio, contemplación y meditación en una disposición receptiva, abierta y confiada. El símbolo es enormemente generoso con quien lo atiende y respeta, abriendo poco a poco una suerte de inteligencia nueva en el hombre, no la lógica que nos desarrolla nuestra educación habitual, sino la Inteligencia del Corazón, la Institución Superior mediante la cual el hombre puede alcanzar el conocimiento de sí mismo.

Los símbolos tienen la facultad de responder a nuestras preguntas, de abrirnos las puertas al conocimiento de la realidad que se oculta en el interior de nosotros mismos y de todo lo creado, realidad más REAL que aquella que perciben nuestros sentidos, que es anterior y es la causa del universo, como nuestra idea de un proyecto es anterior y es la causa de su realización.

El universo entero es un solo símbolo que debemos aprender a conocer primero en sus partes, de la misma forma que debemos leer cada una de las palabras de un libro para comprender la obra completa. En la lectura que podemos hacer de los símbolos vamos reconociendo poco a poco la Unidad inalterable e inmóvil que subyace a toda la manifestación.

En el origen de los tiempos el hombre primordial sabía leer directamente estos símbolos en la naturaleza y en él mismo poseía un conocimiento directo del Ser. En la actualidad el hombre necesita ser enseñado a distinguir estos símbolos sagrados de los símbolos comunes elaborados por nuestra sociedad y posteriormente a acercarse a ellos, a conducirse con ellos y a través de ellos poder acceder al Conocimiento. Este es el sentido y la razón de ser de la Tradición, tronco común del que brotan Tradiciones como la Hermética, la cual se concreta actualmente en nuestra Orden, la Masonería Universal, la que conserva no sólo el saber de la Ciencia Simbólica, sino la capacidad operativa de transformar a un hombre común, profano, en un hombre iniciado, regenerado en su seno, nacido de nuevo mediante la influencia de la Iniciación, quién podrá, con su trabajo, firme propósito y actitud receptiva CONOCER a través de los símbolos al SI MISMO, o lo que es lo mismo, reintegrarse, desde este mundo plural, disperso y cambiante, en la unidad inmutable del SER.

Como decimos, la Masonería carece de dogmas, pero sí tiene principios. Los símbolos que decoran la Logia son los principios que están expresando las distintas modalidades de la Inteligencia del Gran Arquitecto; dado que finalmente la Logia como imagen del Cosmos no es sino una representación del cuerpo del Gran Arquitecto. El cosmos, en realidad, es el símbolo mismo del Gran Arquitecto y todos los elementos que están dentro de la Logia representan lógicamente distintos aspectos de su Inteligencia y su Sabiduría. Y la investigación en todos esos símbolos, en su significado, va dándole al masón la síntesis de la idea que todos ellos están revelando, operación relacionada directamente con aquella expresión masónica que dice que la labor del masón es “difundir la luz y reunir lo disperso”. Esa luz a difundir es la Luz que emana del Delta Luminoso y que nos permite reunir el significado profundo de los distintos elementos simbólicos que decoran la Logia, porque en esa reunión no sólo estamos concibiendo ideas, sino que fundamentalmente nos estamos reuniendo y concibiendo a nosotros mismos, es decir, nos estamos encontrando, descubriendo nuestro auténtico ser y esencia, pues en realidad se trata de una reintegración interior, y para eso precisamente es para lo que sirve el símbolo, porque no es la Forma de éste la que ilumina la inteligencia, sino justamente la Idea que está plasmada en él.

Darío A. G., A:. M:.

R:.L:. Giordano Bruno Nro. 38
Oriente de Buenos Aires
Febrero de 2007 e:.v:.

Bibliografía:
Wikipedia en Español.
La Logia Viva, Simbolismo y Masonería - Siete Maestros Masones, Ediciones Obelisco.
Teoría General del
Derecho, Eduardo Ángel Russo, LexisNexis.

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