16 de junio de 2007

José Roque Pérez y la Masonería Argentina

Es la intención destacar el sublime rol que desempeñó José Roque Pérez en la Masonería Argentina, y sobre todo, en el proceso de Unificación Nacional.
A continuación se transcriben extractos de la publicación realizada en la revista Todo es Historia, de Félix Luna, publicada en Diciembre de 2006.


Hacia la Regularidad Masónica

En la Argentina la masonería como institución no había logrado salir del eclipse en que había caído en tiempos de Rosas. Sin duda fue a partir del cambio sobrevenido con su derrocamiento cuando las logias comenzaron a instalarse más fácilmente y a funcionar de manera estable.
Le tocaría a Sarmiento a partir de 1855 ser uno de los principales propulsores de la masonería regular independiente argentina, capitalizando así en beneficio de nuestro país los fructíferos resultados arrojados por su reciente incursión en una logia de Chile. En efecto, decidido a poner fin a su voluntario exilio, arribó a Buenos Aires a principios de mayo de 1855, obsesionado por evitar el ahondamiento de la división entre los argentinos, generada por la secesión de la provincia rebelde de Buenos Aires del resto de sus hermanas reunidas bajo el amparo de la Constitución Nacional en la Confederación regida por el presidente Justo José de Urquiza. Sarmiento llegaba pues, dispuesto a trabajar por la unión nacional desde la ciudad-puerto, donde se puso en relación con viejos amigos conviniendo con ellos la reanulación de las actividades masónicas bajo el auspicio del Gran Oriente del Uruguay.
Fue de esta manera que contribuyó a fundar la primera logia regular de nuestro país denominada muy simbólicamente Unión del Plata, constituyendo autoridades el 09 de marzo de 1856, siendo su Venerable Maestro el abogado y legislador Miguel Valencia, y dónde Sarmiento ocupaba el cargo de Gran Orador.

La masonería uruguaya seguiría cumpliendo en lo sucesivo un plan fundamental para completar la regularización de las nuevas logias que surgirían en nuestro país, hasta que establecidas en número suficiente estuvieran en condiciones de dar el segundo paso tendiente a darles organicidad a los diversos talleres reuniéndolos en una Gran Logia, capaz de instituirse en potencia soberana. Ahora bien ¿Por qué la Banda Oriental que en el período anterior a Caseros había atravesado por idénticas vicisitudes que la República Argentina se mostraba tan alineada, eficiente y proteica en su ordenamiento masónico a tal punto que ello le permitía incluso dar vida legal a otros orientes en vías de dificultosa concreción, como el nuestro?
En realidad, la evolución de la masonería en el Uruguay había sido lenta pero sólida e ininterrumpida, a diferencia de lo ocurrido en al otra orilla del Plata, en dónde tuvo que atravesar a partir de la década de 1830 por el largo interregno rosista.

Multiplicación Externa y División Interna

En Argentina, a pesar del agitado ambiente político imperante en la segunda mitad de la década de 1850, que iría in crescendo, la flamante logia madre Unión del Plata contó con suficientes miembros como para poder desdoblarse. Un número importante de sus componentes fundó en noviembre de 1856 una segunda entidad también con la autorización del Oriente Uruguayo, llamada Confraternidad Argentina y destinada a convertirse en un taller simbólico de elite. Aparentemente, nada parecía indicar que se tratase de una escisión ni mucho menos, sino de una consecuencia del éxito y crecimiento de la Orden, o por lo menos del seguimiento de una estrategia tendiente a multiplicar el número de logias regulares con el fin de acelerar la instalación de un Gran Oriente Argentino independiente que las aglutinase a todas.
Incluso el sólo nombre asignado al nuevo taller, parecía una elocuente muestra de que continuaban animando a sus promotores idénticos propósitos de unión.
Sin embargo, los acontecimientos que se desarrollaron posteriormente permiten inferir que el germen de la división ya había penetrado en el seno de la masonería y cada vez se iría perfilando más nítidamente el conflicto en torno a dos concepciones antagónicas de su organización. Una vez más quedaba evidenciado así que, lejos de actuar como un compacto ejército regimentado y verticalista, el ámbito masónico era permeable a las contradicciones que enfrentaban a la sociedad argentina y que no hacía más que reproducirlas en el contexto más reducido de la estructura logial.

El 11 de agosto de 1856, Sarmiento mismo había presentado a los hermanos de la Unión del Plata a un nuevo integrante de gran valía personal, alguien que había sido un profano hasta entonces y que acababa de iniciarse en los misterios de la Orden y seguramente habría descubierto que durante toda su vida, su conducta se había regido por los principios más puros y elevados sostenidos por la institución, es decir que siempre había actuado como un masón sin serlo.
Y precisamente porque se sintió profundamente consubstanciado con esas directrices de perfectibilidad humana se comprometió a fondo en su defensa, deseoso de evitar cualquier desvío.
Ese hombre excepcional era el doctor José Roque Pérez, un diplomático eminente y el abogado más famoso que hasta entonces brillara en el foro argentino.

En el seno de la logia, Pérez no tardó en chocar con el venerable Miguel Valencia. Comenzó desde entonces una sorda pulseada por el control de la organización masónica en ciernes. Para 1857 ya se habían agregado cinco logias más a las dos primeras: Consuelo del Infortunio, Tolerancia, Regeneración, Lealtad y Constancia, complementando así la cantidad necesaria para darse un gobierno propio.
Valencia se entregó entonces de lleno a formar el Gran Oriente de la Confederación Argentina, para agrupar a todos aquellos talleres bajo su autoridad; pero el intento no tardó en fracasar. Su persona resultaba poco convocante debido a su abierta tendencia antiurquicista y pro-porteña, que no parecía la más adecuada para el logro de la ambiciosa meta que se había propuesto la masonería: la reunificación nacional.

Mientras tanto roque Pérez, con dispensas de los tiempos mínimos de actuación dentro de las logias, se había convertido ese mismo año en Ven:. M:. de Unión del Plata y no tardó en sustraer de la influencia de Valencia a los pocos talleres que le respondían a la par que estrechaba relaciones con la masonería regular uruguaya, lo que implicó dejar a su contrincante en inferioridad de condiciones pues sólo poseía contactos con grupos de masones irregulares de Brasil. Además, los cofrades argentinos se sentían mucho más hermandados con los orientales que con los que respondían a un Oriente de un país monárquico cuya tradición cultural les resultaba completamente ajena. Todo ello hizo que se terminara de malograr el proyecto de Valencia.

Instalación del Superior Consejo

A pesar de la fallida experiencia que acabamos de relatar, todos los masones argentinos sentían la necesidad de organizarse en una Gran Logia Nacional regular, sin dejar de lado el espíritu federalista interno, que tal vez era lo que habían temido que se perdiera bajo la conducción de Valencia. Una cosa era propiciar la “unión” y otra la “unidad”, pues tras esa aparente y sutil diferencia de términos se escondía un abismo conceptual.
Quizá ello explique por qué Pérez logró concretar sin dificultad y rápidamente aquello por lo que su predecesor había trabajado esforzada e infructuosamente. Por otro lado, la francmasonería para resguardar su sentido tradicional no podía prescindir de al regularidad que es uno de sus elementos constitutitos indispensables.
El 11 de diciembre de 1857 las siete logias existentes en la ciudad de Buenos Aires se agruparon y constituyeron el Supremo Consejo y Gran Oriente de la República Argentina, que se perpetúa en la actual Gran Logia, eligiendo como su primer Gran Maestre al Muy Ilustre y Poderoso Hermano Dr. José Roque Pérez, Grado 22°”. Como en ningún momento éste olvidaba que la masonería tenía que ser el vehículo que condujera a la unión nacional por vías pacíficas, aprovechó la ceremonia para ratificar: “La masonería como centro de unión es el medio más eficaz de acercar a los individuos que siempre se trataron con indiferencia”, y posteriormente se explayó sobre los deberes de los masones para con la Patria: “El mejor modo de manifestarle nuestro reconocimiento es trabajando incesantemente por unir bajo las mismas banderas a sus hijos, por restablecer el amor y respecto al hombre, por suprimir los odios y rencores y por anatematizar las venganzas”.
Con la nueva creación institucional contribuiría a dar organicidad y forma jurídica a la actividad operativa de las diversas logias para trabajar por el desarrollo del simbolismo masónico y sobre todo por la organización definitiva del país.

Asimismo, se completaría definitivamente la organización masónica con la Creación de un Supremo Consejo Grado 33° para la República Argentina. Este se fundó el 22 de abril de 1858, y eligió al mismo doctor José Roque Pérez para ocupar simultáneamente el cargo de “Soberano Gran Comendador del Oriente de la República Argentina en el Valle de Buenos Aires”.

Existen en nuestros archivos actas separadas que corroboran por un lado el funcionamiento del Supremo Consejo Grado 33° y, por el otro, el de la que por entonces se llamó Gran Logia Central; sin embargo, ambas entidades estaban dirigidas por José Roque Pérez, quién como también lo harían sus primeros sucesores, reunía los cargos de soberano gran comendador y gran maestre, respectivamente, y a su vez presidía las Asambleas conjuntas de ambas entidades cuyos trabajos quedaron plasmados en un tercer tipo de registro: los libros de Actas del Supremo Consejo Grado 33° y Gran Oriente de la República Argentina, organismo integrado por los grados máximos de la Orden y por representantes de cada una de las logias regulares, que oficiaba a la manera de Poder Legislativo, al que estaban subordinadas las autoridades de la Gran Logia, que ejercía un rol equiparable al de Poder Ejecutivo de la entidad masónica.

Luego de quedar unidas de esta manera las logias de Buenos Aires, en una segunda instancia se unió con las del interior del país, no sin tener que vencer previamente ciertas reticencias.

Acta de Unión Nacional

Las luchas entre ambas partes de la Argentina dividida parecieron culminar con el triunfo de Urquiza sobre las fuerzas porteñas en los campos de Cepeda, que dio lugar a la firma del Pacto de San José de Flores el 11 de noviembre de 1859. A pesar de ello, al actuar como convencional en la asamblea provincial reunida en Buenos Aires para introducir reformas a la Constitución Nacional, el doctor José Roque Pérez tuvo ocasión de constatar que la posición intransigente del sector gubernista allí representado no había cedido ni un ápice ni aún después de la derrota. Allí no dudó en enfrentar a Sarmiento, Mitre, Alsina, Vélez Sarsfield y Pastor Obligado para reclamar la incorporación inmediata de la provincia al Estado Argentino, pero estaba en minoría.
Desde su posición de federal reformista no se cansaría de bregar por la unión nacional contra los sectores separatistas y contra los sostenedores de la supremacía proteña. Pero ello no fue óbice para que aprovechara todas las ocasiones favorables para el restablecimiento sincero y definitivo de la concordia.
Con la paz recientemente reconquistada, la Masonería Argentina se propuso otorgarle valor de perdurabilidad aprovechando la visita del nuevo presidente Santiago Derqui y del general Urquiza a Buenos Aires, que habían sido invitados por el gobernador Bartolomé Mitre con motivo de los festejos del 9 de julio. Sarmiento se desempeñaba por entonces como ministro de Gobierno de éste último y Juan Andrés Nelly y Obes ocupaba la cartera de guerra. Teniendo en cuenta los antecedentes masónicos de la mayoría de ellos –Mitre era el único profano-, el Supremo Consejo acordó otorgarles el grado 33°. A tal fin el entrerriano se afilió a la Logia Confraternidad Argentina N°2, a la que también se adscribió Mitre. Derqui, al igual que el sanjuanino, quedó como miembro activo de la Logia Unión del Plata N°1, mientras Nelly continuó ligado a la Logia Lealtad N° 6. En efecto, en la sesión extraordinaria del 18 de junio de 1860 los cuatro personajes mencionados fueron exaltados conjuntamente a la máxima consagración de la masonería filosófica. Tal como se había resuelto tres días más tarde, el 21, la orden se vistió de gala para la magna tenida en la que se les tomó solemne acto, con las manos posadas sobre la escuadra y el compás, el juramento respectivo y se los invistió con las insignias correspondientes al Grado 33°. Al hacerlo, los Ilustres Hermanos se “obligaban por todos los medios posibles a la pronta y pacífica constitución definitiva de la Unión Nacional”.

Citando textualmente un fragmento del acta, podemos leer: “El Ile:. Presidente declaró que la reunión del Cons:. Tenía por objeto comunicar que el Sob:. Gr:. Com:. En uso de las altas atribuciones que le confieren los RRegl:. Gen:. Como Gef:. (sic) Sup:. De la Ord:., había comisionado al Ile:. H. José Lafuente gr:. 33 para iniciar por comunicación al prof:. General Bartolomé Mitre y conferirle también el 2° y 3° Gr. Simbol:.., el cual quedaba elevado al gr:. 33 así cómo también a los HH:. Domingo F. Sarmiento, gr:. 18 y Juan A. Nelly y Obes, gr:. 3; y que por feliz acontecimiento de hallarse en este Valle el ex Presidnete de la República Justo José de Urquiza, gr:. 18 y acutal presdiente de la misma Santiago Derqui, gr:. 18 se había obtenido mediante los buenos oficios de algunos Illes:: HH:. Y prestigiosos MMiembr:. del Sup:. Cons:. que dichos HH:. se regularizase el uno y afiliase el otro siendo ambos elevados al gr:. 33.”

En esta ocasión el Soberano Gran Comendador y Gran Maestre, doctor José Roque Pérez, pronunció un elocuente y conmovedor discurso cuyas palabras no merecían ser desoídas. Pero como se sabe, a pesar de la firma de tan trascendente acta de unión, no se pudo evitar –pese a los ingentes esfuerzos realizados en pro de la paz-, un nuevo enfrentamiento bélico entre la Confederación y Buenos Aires que tuvo lugar en Pavón el 17 de septiembre de 1861, luego del cual por fin se asistió a la reunificación argentina, aunque ahora bajo la hegemonía porteña.

Ocho años más tarde, el general Mitre, en un improvisado discurso que realizó con motivo del famoso banquete con que la masonería argentina lo agasajó como Presidente saliente y a Sarmiento como nuevo mandatario electo, rememoró de pronto aquel acto en que se comprometieron como masones a sostener la paz, para luego incumplir como políticos la palabra empeñada. Decía: “......Cuatro presidentes, hermanos, se han encontrado una vez juntos y arrodillados al pie de estos altares.......¿Qué sentimientos animaba a aquellos cuatro hombres en ese momento solemne? Debemos creer que el sentimiento de la fraternidad dominaba sus almas y que sus aspiraciones se dirigían al bien de todos. Es cierto que cuando nos alejamos de las puertas del templo nuestras espadas salieron de la vaina para cruzarse en los campos de batalla; pero aun sobre esa desgracia y esa matanza, el nuevo genio invisible batió de nuevo sus alas, y los pueblos en nombre de la fraternidad y del bien, se unieron para concurrir a los fines que encerraban la felicidad de todos”.

Debemos preguntarnos qué pensaría el doctor José Roque Pérez, que por entonces se desempeñaba como pro-gran maestre, al escuchar estas palabras. Seguramente, no se extrañaría. ¿Acaso no se volvía a repetir esa escena una y otra vez cuando después de hablar de igualdad y fraternidad en el templo, bastaba con traspasar la puerta para ejercer la más recalcitrante defensa del predominio portuario?. Al parecer, Mitre pretendía significar que carecía de importancia el accionar individual, que él no era más que un “pobre hombre”, un “instrumento” y que lo que estaba destinado a producirse no requería del concurso de nadie en particular.

José Roque Pérez, por el contrario, pensaba que “la masonería sólo existe porque se apoya en la ciencia y en las buenas obras” y no sólo pensaba así sino que actuaba en consecuencia: ¿Se habría salvado la vida del bebé que encontró en un cuarto junto a sus padres que yacían muertos por la fiebre amarilla si él no lo hubiera rescatado, exponiéndose al contagio como lo hizo para morir una semana después?.

Corolario

Los éxitos y los fracasos de las instituciones dependen tanto de la intencionalidad e idoneidad de los hombres que las integran, cómo de las circunstancias objetivas que condicionan su accionar. En el caso de nuestra orden las dificultades suelen verse acrecentadas por su misma fisonomía pluralista y compleja que emana de su propia esencia pues está basada en el librepensamiento. En su seno convergen representantes de las más diversas corrientes políticas, religiosas o culturales, que muchas veces son exponentes de doctrinas e intereses contrapuestos. No se puede impedir que surjan divergencias y enfrentamientos. Pero debe rescatarse la actitud conciliadora en procura de lograr dificultosos equilibrios, como así también esa voluntad de búsqueda de amalgamamiento en la diversidad, ese esfuerzo respetuoso por anular las contradicciones evitando caer en uniformidades excluyentes.

Dario A.G.
C:. M:.
R:. L:. Giordano Bruno Nro. 38

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